miércoles, 10 de diciembre de 2008

Mi aventura de ser docente.

¡Cuánta razón le asiste a José Manuel Esteve al subrayar que actuar como maestros de humanidad debe ser nuestra máxima aspiración! Suscribo íntegramente su texto La aventura de ser maestro porque en unas cuantas cuartillas concentra los sentimientos más puros que deben siempre animar a un maestro comprometido con su tiempo, sus semejantes y su profesión.
No me son ajenas las angustias vividas en el primer tramo de la docencia. Aquellas épocas en que invertíamos tres horas para preparar una hora de clase y, ya frente a los alumnos, descubríamos, aterrados, que el discurso y los materiales preparados se nos agotaban en veinte o treinta minutos. Pero así fuimos haciendo camino al andar porque, cierto es, la docencia es una interminable batalla que nos va templando el carácter y nos anima a ser cada día mejores.
Y la vocación es determinante. Porque sentirse a gusto con lo que uno hace; hacerlo siempre con buena voluntad y con el genuino deseo de ser mejor cada día, es lo más grandioso que nos puede suceder. Hacer pensar y hacer sentir a los muchachos es la fórmula mágica que solo se encuentra cuando la vocación existe.
Porque me consta, porque lo he vivido a plenitud, en los foros de la primera semana yo escribí que entre el maestro y sus alumnos debe haber comunión, confianza y respeto. Porque el ejemplo es camino infalible para enseñar, el maestro debe saber ser amigo pero, por encima de todas las cosas, un guía que sepa imprimirle un alto sentido humano a su misión.
No son pocos los camaradas que en mi plantel critican mis esfuerzos permanentes por ir más allá del límite que la currícula impone. Presuponen que, por ser maestro de matemáticas, debo ser el malo de la película y no apartarme un milímetro del contenido del programa de estudios. Algunos lo han entendido, con el paso del tiempo; otros siguen pensando que soy un loco en un mundo de cuerdos. A todos, sin embargo, les he demostrado que nadie aprende en circunstancias hostiles y que debemos ser muy humanos porque a diario convivimos con seres humanos en formación.
Por eso entiendo la mística de Esteve: en la docencia, nada mejor que un maestro de humanidad. Para ser capaz de entender las travesuras de los jóvenes, sus dudas, sus miedos, sus sueños y sus fracasos, entre muchas otras cosas más. Y no solo la entiendo. La practico y me da resultados increíbles.
Así he logrado construir mi propia identidad. He crecido inmensamente como ser humano por ser maestro. Expreso, con absoluta libertad, mis ideas y los muchachos lo saben porque lo viven conmigo. No hay nada más satisfactorio que el ejercicio de la libertad de pensamiento. Y a eso los invito y, a veces, hasta los obligo. Porque vivir en libertad debe ser una norma de conducta, aderezada con los demás valores ahora tan devaluados.
Y aunque vivimos tiempos difíciles en esta Patria nuestra, lo he dicho en infinidad de ocasiones y ahora lo repito: ser maestro de bachillerato es motivo de orgullo verdadero. Por eso, cuantas veces me han preguntado a qué me dedicaría si pudiera regresar el tiempo, invariablemente he contestado que... ¡volvería a ser maestro!
Alberto González Martínez.

1 comentario:

  1. Hola, Alberto:
    Los maestros que nos gusta lo que hacemos llegamos a sentirnos mal cuando el viento tarda mucho en soplar a nuestro favor. Creo que comprendo lo que dices, pero estaré de acuerdo en que en situaciones especiales, PRIMERO EL INDIVIDUO QUE EL CONTENIDO. Ojalá que tu locura sea contagiosa para alumnos, compañeros y directivos.

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