domingo, 1 de febrero de 2009

El Aprendizaje: un proceso en verdad complejo.
Alberto González Martínez.


Creer que el aprendizaje se reduce a la simple incorporación de contenidos nuevos en una determinada asignatura o ciclo escolar es una noción ampliamente extendida y que, en muchas ocasiones, es aceptada sin mayores cuestionamientos hasta por los propios maestros. Esta visión simplista ha tenido vigencia durante muchísimos años en nuestro país y los mismos estudiantes han fortalecido la idea de que solo aprenden aquellos que demuestran, en un examen escrito, que ya han comprendido los contenidos abordados durante un curso y que pueden recitarlos al pie de la letra o bien aprovecharlos en determinadas circunstancias planteadas por el maestro o el evaluador en turno.

Empero, el aprendizaje es un proceso mucho más complejo de lo que parece a simple vista. Cierto es que el aprendizaje es una apropiación que el ser humano hace de su realidad a partir de los saberes que va adquiriendo durante su vida pero no es menos cierto que nuestro propio Sistema Educativo Nacional ha anclado, firmemente, la creencia generalizada de que cualquier aprendizaje puede ser observado y medido mediante una serie de preguntas relacionadas con determinados contenidos vistos en el salón de clases. Es éste, quizá, uno de los más grandes problemas que enfrentamos en el sector educativo. Porque es muy común caer en la tentación de medir los aprendizajes de nuestros alumnos con base en preguntas y respuestas y no en el análisis y la reflexión de los cambios estructurales y personales que, en un tramo determinado, pudieron ocurrir en el estudiante.

Aunque parezca mentira, en los días que corren aún abundan camaradas docentes que llegan al salón de clases y, sin previo aviso, dicen a sus alumnos con voz muy sonora:

“Jóvenes: saquen una hoja, anoten su nombre completo y el grupo al que pertenecen. Vamos a hacer examen de los temas que hemos visto. ¿Listos?...”.

Acto seguido, comienzan a dictar cinco o diez preguntas, que pueden tener o no relación con las últimas clases, y así, en una hojita de cuaderno, se mide lo poco o mucho que los estudiantes han aprendido. Quienes así actúan estarán muy de acuerdo en la concepción reduccionista de que el aprendizaje es algo tan absolutamente trivial que se puede observar y medir con base en unas simples preguntas a propósito de unos contenidos cualquiera. En cambio, quienes mantenemos la certidumbre de que el aprendizaje es muchísimo más que eso, mantenemos la preocupación y la ocupación por encontrar alternativas para no darle un sentido tan simplista y frívolo a nuestro trabajo como docentes.

Conviene entonces comprender a plenitud que, a pesar de que en nuestro Sistema Educativo Nacional durante muchas décadas el acento estuvo puesto sobre los contenidos y el proceso de enseñanza-aprendizaje, lo que más nos debe inspirar es la forja de la identidad personal de nuestros estudiantes así como incidir en el proceso de transformación de ellos como seres humanos en crecimiento. Tal aspiración nos conduciría, inevitablemente, al diseño de novedosos mecanismos de evaluación para saber si, efectivamente, se están generando aprendizaje en nuestros estudiantes.
Pero si hay aprendizajes, entonces, y solo entonces, podremos pensar en el desarrollo de competencias aunque, como bien sostiene Perrenoud, no exista hoy en día una definición unánime de las mismas. Peor aquí en nuestro país, que desde comienzos del presente siglo nos encontramos inmersos en una Babel educativa –como apunta Xavier Vargas- provocada por el choque brutal de dos concepciones antagónicas: el actual enfoque educativo centrado en el aprendizaje y el añejo enfoque centrado en la exposición del maestro que todo lo sabe y que ilumina con sus conocimientos enciclopédicos a sus alumnos.

Aquí vale la pena subrayar que, en lo personal, percibo un riesgo en la Reforma Integral de la Educación Media Superior: que, agobiados por la incesante propaganda oficial sobre este tema, nos enfrasquemos en el desarrollo de competencias desde una perspectiva empresarial y solo logremos formar aptitudes para el trabajo en nuestros estudiantes y dejemos de lado lo valoral y actitudinal como elementos trascendentes de todo aprendizaje duradero.

Porque si podemos aceptar que una competencia es una capacidad de actuar, de manera eficaz, ante una situación determinada; no podremos negar que tal capacidad requiere de la posesión de determinados conocimientos pero también de intuición, de valores y de actitudes para alcanzar los propósitos. Solo que el desarrollo de las competencias no debe estar desprovisto de dos sentidos fundamentales: el sentido socio-ético, que atajaría cualquier intento de promover la competitividad operativa individual sin más compromiso que satisfacer las exigencias del mercado; y el sentido teórico-crítico, que garantizaría –a partir del análisis y la reflexión- la búsqueda del conocimiento humano desde una perspectiva mucho más amplia que la simple reproducción de esquemas.

Para concluir, debemos reiterar que el aprendizaje es un proceso verdaderamente complejo que solo puede irse comprendiendo mediante la aprehensión de saberes que permitan al sujeto la construcción del sí mismo. Proceso éste que, bajo ninguna circunstancia, puede observarse y medirse con la simple formulación de algunas preguntas relacionadas con determinados contenidos programáticos. Y las competencias solo podrán desarrollarse a partir de la capacidad que posean nuestros estudiantes para movilizar sus conocimientos e impregnarlos de elementos valorales y actitudinales que les permitan un desempeño competente.

No está de más enfatizar que los aprendizajes solo podrán lograrse si se sitúan en el interés personal y en la Zona de Desarrollo Próximo de nuestros estudiantes. En este sentido, no perdamos de vista la recomendación de Delors: es importante aprender a conocer y aprender a hacer pero no lo es menos aprender a convivir y aprender a ser.

1 comentario:

  1. Alberto:

    El aprendizaje es un concepto polisémico, igual que el de competencia. Es difícil encontrar su sentido y mucho más llevarlo a la práctica generalizada.

    Sin embargo, es hoy la única alternativa y, como señalas, nada tiene que ver con al educación bancaria (Freire).

    Saludos

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